Cauce Boscoso se había levantado entorno a un
aserradero. Era una aldea de unas pocas casas de madera con el techo de paja.
Pese a ello, contaba con una posada, un comerciante y un herrero.
Ixius llegó ya anochecido, cansado y hambriento,
y no le costó dar con la posada. El Gigante Dormido se había construido,
siguiendo el estilo nórdico, como un enorme espacio rectangular con varias
habitaciones a los lados. En una formidable chimenea, ubicada en el centro de
la estancia, chisporroteaba, alegre, el fuego que la calentaba. Unos pocos
aldeanos dispersos se ponían al día mientras comían y bebían. El ambiente,
relajado y alegre, se tornó hosco y curioso cuando el elfo entró. Todos dejaron
de hablar para espulgar al recién llegado. Aquello no era raro; no al menos
allí. Los aldeanos son temerosos con los desconocidos y siempre andan
vigilantes. En especial en los últimos tiempos, en que las noticias de guerra
los habían vuelto más recelosos. Y sin embargo, el silencio fue más prolongado
de lo normal. Algo a lo que Ixius ya se iba acostumbrando. Los thalmor no son
especialmente estimados en Skyrim.
Tratando de aparentar indiferencia, Ixius
preguntó por el precio de una habitación y una comida. En total salía por diez
monedas de oro. Al elfo solo le quedaban un par de piezas de oro, así que trató
de negociar e intentó convencer al posadero de que se lo dejara a deber, pero
el tabernero se mostró inamovible. En su local no se fiaba. Le indicó además
que no podía estar si no hacía alguna consumición. Ixius no tuvo que pensarlo
mucho. Estaba hambriento y fuera la noche se vestía de oscuridad y viento
gélido. Así que pidió un plato de asado de venado y una botella de hidromiel de
la comarca y se sentó en una de las mesas vacías.
Su situación era desesperada. No solo no tenía
dinero para pagar el viaje a Hibernalia, sino que ni siquiera podía pagarse un
sitio en el que dormir a resguardo. Mientras trataba de imaginar alguna manera
de salir del atolladero, escuchó a varios lugareños cuchichear sobre Helgen en
la mesa de al lado. Los rumores les habían llegado. Helgen había sido
destruido… por un dragón. El más viejo de ellos no se lo creía.
<<¡Patrañas!>> exclamó con vehemencia. Había un elfo del bosque que
se mantenía en un hosco silencio. El tercer miembro del conventículo, un enorme
norteño con aspecto de oso, apoyaba la tesis draconiana. Afirmó que su sobrino,
que estaba en la guardia imperial, así se lo había dicho. Un enorme dragón
negro que oscurecía la luz del sol.
- Yo estuve allí.