Iahzey

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13 de junio de 2017

IV. Cacue Boscoso

Cauce Boscoso se había levantado entorno a un aserradero. Era una aldea de unas pocas casas de madera con el techo de paja. Pese a ello, contaba con una posada, un comerciante y un herrero.

Ixius llegó ya anochecido, cansado y hambriento, y no le costó dar con la posada. El Gigante Dormido se había construido, siguiendo el estilo nórdico, como un enorme espacio rectangular con varias habitaciones a los lados. En una formidable chimenea, ubicada en el centro de la estancia, chisporroteaba, alegre, el fuego que la calentaba. Unos pocos aldeanos dispersos se ponían al día mientras comían y bebían. El ambiente, relajado y alegre, se tornó hosco y curioso cuando el elfo entró. Todos dejaron de hablar para espulgar al recién llegado. Aquello no era raro; no al menos allí. Los aldeanos son temerosos con los desconocidos y siempre andan vigilantes. En especial en los últimos tiempos, en que las noticias de guerra los habían vuelto más recelosos. Y sin embargo, el silencio fue más prolongado de lo normal. Algo a lo que Ixius ya se iba acostumbrando. Los thalmor no son especialmente estimados en Skyrim.

Tratando de aparentar indiferencia, Ixius preguntó por el precio de una habitación y una comida. En total salía por diez monedas de oro. Al elfo solo le quedaban un par de piezas de oro, así que trató de negociar e intentó convencer al posadero de que se lo dejara a deber, pero el tabernero se mostró inamovible. En su local no se fiaba. Le indicó además que no podía estar si no hacía alguna consumición. Ixius no tuvo que pensarlo mucho. Estaba hambriento y fuera la noche se vestía de oscuridad y viento gélido. Así que pidió un plato de asado de venado y una botella de hidromiel de la comarca y se sentó en una de las mesas vacías.
Su situación era desesperada. No solo no tenía dinero para pagar el viaje a Hibernalia, sino que ni siquiera podía pagarse un sitio en el que dormir a resguardo. Mientras trataba de imaginar alguna manera de salir del atolladero, escuchó a varios lugareños cuchichear sobre Helgen en la mesa de al lado. Los rumores les habían llegado. Helgen había sido destruido… por un dragón. El más viejo de ellos no se lo creía. <<¡Patrañas!>> exclamó con vehemencia. Había un elfo del bosque que se mantenía en un hosco silencio. El tercer miembro del conventículo, un enorme norteño con aspecto de oso, apoyaba la tesis draconiana. Afirmó que su sobrino, que estaba en la guardia imperial, así se lo había dicho. Un enorme dragón negro que oscurecía la luz del sol.
- Yo estuve allí.

1 de junio de 2017

III. Las piedras guardianas

¡Era un dragón! Un enorme dragón negro.
Con el corazón aún desbocado, Ixius se dio cuenta de que estaba vivo gracias a él, aunque no sabía si fue una mera cuestión de suerte o existía algún propósito detrás. Los sucesos recientes, desde que despertó, habían transcurrido de forma brumosa, como en un sueño.


Recuperó la consciencia en un carromato, atadas las manos, junto a otros cuatro hombres. Entre ellos, Ralof, el nórdico rebelde con el que estaba en ese momento. Los imperiales hicieron prisioneros a los pocos supervivientes de la contienda en la que Ixius perdió el conocimiento. Los llevaron a un pueblo fortificado llamado Helgen para ejecutarlos. Justo cuando el verdugo iba a rebanar la cabeza del alto elfo ocurrió algo terrible que cambió el curso de los acontecimientos y le salvó la vida. Un enorme dragón apareció y atacó aquel lugar dejado de la mano de Mara. Los imperiales intentaron defenderse, pero sus armas eran ineficaces frente a la bestia que, a fuego, dientes y garras, esparcía caos, destrucción y muerte.



A duras penas unos cuantos de los rebeldes lograron escabullirse y ocultarse en los cuarteles del fortín. Dentro se produjeron varias refriegas contra los imperiales, en la que murieron todos los rebeldes. Solo Ralof, y el altmer lograron sobrevivir, aunque éste último sabía que si seguía vivo no fue por su destreza en el combate. Tras el golpe no tenía la cabeza en condiciones para tejer ni el más simple de los hechizos, así que se armó con una espada y se vistió con una armadura de cuero de uno de los nórdicos muertos. La armadura le sobraba por todos lados, pero evitó que uno de los golpes que recibió de un rudo imperial le dejara manco. La espada se hendió en el cuero reforzado de la pieza que cubría el hombro y, aunque consiguió desgarrarla y abrirse paso, apenas le provocó una pequeña herida y una contusión que le dejó el brazo dolorido varios días.


22 de mayo de 2017

II. Hijos de la Tormenta

Ixius trató de embutirse mejor en su raída túnica de arpillera. A pesar de ser finales de Última Semilla, hacía el mismo frío que durante el mes del Amanecer en Alinor. Pensó que nunca lograría entrar en calor en esa tierra inhóspita. Avanzó por un estrecho sendero, con densa vegetación a ambos lados y perlado de grandes peñas. Tras girar a la izquierda, el camino se abrió a un pequeño claro. Al final del mismo, apoyado en un árbol, Ixius vio a un hombre que parecía estar aguardándole. Era alto, canoso, y vestía una armadura azulada. tenía la cara atravesada por una horrible cicatriz y le faltaba un ojo. De su cinto colgaban dos hachas de acero. Su actitud parecía relajada y segura. Con los brazos cruzados, su único ojo le miraba con desdén. Ixius receló y, mirándole fijamente, comenzó a invocar mentalmente las palabras arcanas que le permitirían invocar su precario poder.
El extraño sonrío y le dijo:
            - Si estuviera en tu lugar, no me molestaría en intentarlo. Caerás muerto antes de que puedas pronunciar una sola palabra.
Ixius bajó las manos y miró con más detenimiento a su alrededor. Pudo ver, entre las sombras de los árboles, las figuras de cinco o seis hombres. Alguno de ellos tensaban sus arcos, apuntándole directamente.
            - ¿Qué queréis? –preguntó desistiendo de una defensa. Ixius sabía que nada podría conseguir luchando contra media guarnición. La huida tampoco era una opción. Las flechas corren más rápido que los pies. Solo le quedaba encomendarse a la misericordia de Mara y no despertar demasiado interés en aquellos nórdicos. A fin de cuenta, ¿qué podría ofrecerles un mendigo como él?
            - Bueno, sin duda ya sabrás que no estamos en muy buenas relaciones con los de tu raza. -Las últimas palabras las pronunció de forma despectiva-. Pero creo que a Ulfric le gustará saber qué hace un Thalmor vagando tan cerca de nuestro campamento.
            Ixius no sabía por qué no estaban en buenas relaciones con su raza, ni quién era Ulfric, pero pensó que la mejor estrategia sería aclarar cuanto antes que él tampoco estaba en buenas relaciones con el resto de los altmer. Al menos no con los militantes Thalmor.
            - No soy un Thalmor –respondió.
El nórdico soltó un bufido.
            - Sé distinguir un alto elfo cuando lo veo. Igual que distingo una paloma de un grajo.
            - Soy un altmer, pero no soy Thalmor –insistió Ixius. – He sido desterrado de Alinor.
            - ¡Vaya! -río el tuerto-, tu gente siempre tan agradable. Para mí es como si una rata me dice que no es un ratón. Todos son roedores. Vas a venir con nosotros. Será Ulfric el que decida qué hacer contigo. Y recuerda, si intuyo siquiera que intentas hacer algo distinto de lo que te ordene, te abriré el gaznate y te colgaré de la rama más alta.
Tras un leve gesto de cabeza, Ixius se vio rodeado por otros hombres que vestían la misma armadura azulada. Uno de ellos le ató las manos, mientras otro le ponía un pañuelo en la boca y luego le colocaba una capucha. Cogido de ambos brazos, fue guiado durante un período de tiempo que, aunque no debió de ser demasiado, le pareció inacabable. Tras trastabillar en varias ocasiones, empezó a oír el ruido de un martillo moldeando el acero. Por un momento se sintió transportado, lejos del bosque salvaje, de vuelta a la civilización. Pero dudaba mucho que allí hubiera nada parecido a una ciudad. Conforme se acercaban al campamento, le llegaban nuevos olores. El penetrante aroma a caballo, el humo de un fuego, y sobre todos los demás, el innegable hedor de los humanos.
Al cabo, entre las sombras que le envolvían, intuyó que la claridad disminuía. Entonces alguien le retiró la capucha y le quitó el pañuelo de la boca. Ixius tardó unos segundos en adaptarse de nuevo a la luz. Se encontraba en mitad de una gran tienda, frente a él, tras una mesa de madera llena de mapas, vio a un nórdico, alto y rubio, de  aspecto severo y mirada penetrante, vestido con un abrigo de piel de indudable calidad.



Ixius entendió que de lo que dijera en los próximos segundos dependería su vida. Especialmente al sentir la afilada daga que el hombre tuerto, situado a su espalda, presionaba contra su cuello, no tan fuerte como para rasgar su piel, pero si lo suficiente como para que cualquier movimiento fuera fatal.