Ixius trató de
embutirse mejor en su raída túnica de arpillera. A pesar de ser finales de Última Semilla, hacía el mismo frío que durante el mes del Amanecer en Alinor.
Pensó que nunca lograría entrar en calor en esa tierra inhóspita. Avanzó por un
estrecho sendero, con densa vegetación a ambos lados y perlado de grandes
peñas. Tras girar a la izquierda, el camino se abrió a un pequeño claro. Al
final del mismo, apoyado en un árbol, Ixius vio a un hombre que parecía estar aguardándole. Era alto, canoso, y vestía una armadura azulada. tenía la cara atravesada por una horrible cicatriz y le
faltaba un ojo. De su cinto colgaban dos hachas de acero. Su actitud parecía
relajada y segura. Con los brazos cruzados, su único ojo le miraba con desdén. Ixius
receló y, mirándole fijamente, comenzó a invocar mentalmente las palabras arcanas
que le permitirían invocar su precario poder.
El extraño
sonrío y le dijo:
- Si estuviera en tu lugar, no me
molestaría en intentarlo. Caerás muerto antes de que puedas pronunciar una sola
palabra.
Ixius bajó las
manos y miró con más detenimiento a su alrededor. Pudo ver, entre las sombras
de los árboles, las figuras de cinco o seis hombres. Alguno de ellos tensaban
sus arcos, apuntándole directamente.
- ¿Qué queréis? –preguntó
desistiendo de una defensa. Ixius sabía que nada podría conseguir luchando
contra media guarnición. La huida tampoco era una opción. Las flechas corren
más rápido que los pies. Solo le quedaba encomendarse a la misericordia de Mara
y no despertar demasiado interés en aquellos nórdicos. A fin de cuenta, ¿qué
podría ofrecerles un mendigo como él?
- Bueno, sin duda ya sabrás que no
estamos en muy buenas relaciones con los de tu
raza. -Las últimas palabras las pronunció de forma despectiva-. Pero creo
que a Ulfric le gustará saber qué hace un Thalmor vagando tan cerca de nuestro
campamento.
Ixius no sabía por qué no estaban en
buenas relaciones con su raza, ni quién era Ulfric, pero pensó que la mejor
estrategia sería aclarar cuanto antes que él tampoco estaba en buenas
relaciones con el resto de los altmer. Al menos no con los militantes Thalmor.
- No soy un Thalmor –respondió.
El nórdico soltó
un bufido.
- Sé distinguir un alto elfo cuando
lo veo. Igual que distingo una paloma de un grajo.
- Soy un altmer, pero no soy Thalmor
–insistió Ixius. – He sido desterrado de Alinor.
- ¡Vaya! -río el tuerto-, tu gente
siempre tan agradable. Para mí es como si una rata me dice que no es un ratón.
Todos son roedores. Vas a venir con nosotros. Será Ulfric el que decida qué
hacer contigo. Y recuerda, si intuyo siquiera que intentas hacer algo distinto
de lo que te ordene, te abriré el gaznate y te colgaré de la rama más alta.
Tras un leve
gesto de cabeza, Ixius se vio rodeado por otros hombres que vestían la misma
armadura azulada. Uno de ellos le ató las manos, mientras otro le ponía un
pañuelo en la boca y luego le colocaba una capucha. Cogido de ambos brazos, fue
guiado durante un período de tiempo que, aunque no debió de ser demasiado, le
pareció inacabable. Tras trastabillar en varias ocasiones, empezó a oír el ruido
de un martillo moldeando el acero. Por un momento se sintió transportado, lejos
del bosque salvaje, de vuelta a la civilización. Pero dudaba mucho que allí
hubiera nada parecido a una ciudad. Conforme se acercaban al campamento, le
llegaban nuevos olores. El penetrante aroma a caballo, el humo de un fuego, y
sobre todos los demás, el innegable hedor de los humanos.
Al cabo, entre
las sombras que le envolvían, intuyó que la claridad disminuía. Entonces
alguien le retiró la capucha y le quitó el pañuelo de la boca. Ixius tardó unos
segundos en adaptarse de nuevo a la luz. Se encontraba en mitad de una gran
tienda, frente a él, tras una mesa de madera llena de mapas, vio a un nórdico,
alto y rubio, de aspecto severo y mirada
penetrante, vestido con un abrigo de piel de indudable calidad.
Ixius entendió
que de lo que dijera en los próximos segundos dependería su vida. Especialmente
al sentir la afilada daga que el hombre tuerto, situado a su espalda, presionaba
contra su cuello, no tan fuerte como para rasgar su piel, pero si lo suficiente
como para que cualquier movimiento fuera fatal.