1 de junio de 2017

III. Las piedras guardianas

¡Era un dragón! Un enorme dragón negro.
Con el corazón aún desbocado, Ixius se dio cuenta de que estaba vivo gracias a él, aunque no sabía si fue una mera cuestión de suerte o existía algún propósito detrás. Los sucesos recientes, desde que despertó, habían transcurrido de forma brumosa, como en un sueño.


Recuperó la consciencia en un carromato, atadas las manos, junto a otros cuatro hombres. Entre ellos, Ralof, el nórdico rebelde con el que estaba en ese momento. Los imperiales hicieron prisioneros a los pocos supervivientes de la contienda en la que Ixius perdió el conocimiento. Los llevaron a un pueblo fortificado llamado Helgen para ejecutarlos. Justo cuando el verdugo iba a rebanar la cabeza del alto elfo ocurrió algo terrible que cambió el curso de los acontecimientos y le salvó la vida. Un enorme dragón apareció y atacó aquel lugar dejado de la mano de Mara. Los imperiales intentaron defenderse, pero sus armas eran ineficaces frente a la bestia que, a fuego, dientes y garras, esparcía caos, destrucción y muerte.



A duras penas unos cuantos de los rebeldes lograron escabullirse y ocultarse en los cuarteles del fortín. Dentro se produjeron varias refriegas contra los imperiales, en la que murieron todos los rebeldes. Solo Ralof, y el altmer lograron sobrevivir, aunque éste último sabía que si seguía vivo no fue por su destreza en el combate. Tras el golpe no tenía la cabeza en condiciones para tejer ni el más simple de los hechizos, así que se armó con una espada y se vistió con una armadura de cuero de uno de los nórdicos muertos. La armadura le sobraba por todos lados, pero evitó que uno de los golpes que recibió de un rudo imperial le dejara manco. La espada se hendió en el cuero reforzado de la pieza que cubría el hombro y, aunque consiguió desgarrarla y abrirse paso, apenas le provocó una pequeña herida y una contusión que le dejó el brazo dolorido varios días.


En la sala de tortura, en un rincón, se almacenaba la ropa de los desgraciados que tuvieron la mala suerte de probar las diferentes máquinas allí presentes. Tras rebuscar, Ixius encontró una capucha y una túnica manchada de sangre y con una manga descosida, pero que se le ajustaba mucho mejor que la armadura. Pensó que no parecía muy sensato viajar por Skyrim vistiendo una armadura tres veces más grande que tu talla y que además te identifica como un soldado rebelde contra el imperio.


Por suerte, casi todos los imperiales estaban fuera del fortín, luchando contra el dragón, y los dos fugitivos avanzaron bajando a las entrañas del bastión, buscando una forma de escapar. Y, gracias a Xarxes, dieron con ella: los calabozos estaban conectados con una cueva. La salida de la gruta, oculta entre matorrales, les condujo a una zona alejada varios cientos de pies del perímetro de Helgen.


Al salir de la cueva y por un escaso momento, Ixius se sintió a salvo… Pero la sensación se desvaneció como una gota de agua en el desierto cuando el terrible rugido de la bestia resonó. El corazón volvió a latir con fuerza mientras el elfo y el nórdico buscaban un lugar en el que ocultarse. Antes de que pudieran dar dos pasos, la sombra del dragón negro sobrevoló sobre ellos. El rugido volvió a llenar el vacío e Ixius quedó paralizado. Si los veía sería el fin… Pero el dragón pasó de largo; o porque no los había localizado, o porque no les interesaba.


Durante un buen rato, los dos hombres permanecieron agazapados detrás de una roca, esperando por si el animal volvía. Al parecer, el peligro había pasado y Ralof, levantándose, le recomendó que se dirigiera a un lugar cercano llamado Cauce Boscoso. Según el nórdico, era una pequeña aldea donde podría encontrar cama y una comida caliente. Algo que tras todo lo vivido, el elfo necesitaba con urgencia. Luego Ralof se despidió argumentando que era mejor ir cada uno por su lado.
Ixius volvía a estar solo.
Meditó sobre su próximo paso. Podría hacer caso al rebelde e ir a Cauce Boscoso. Si no estaba equivocado, era el camino más seguro para dirigirse a Carrera Blanca. Desde allí buscaría algún medio para viajar hasta Hibernalia.
Lentamente descendió por el empinado sendero que, según el rebelde, le llevaría hasta Cauce Boscoso. El camino se fue abriendo a un enorme valle atravesado por un caudaloso río. A lo lejos, coronando la otra falda del valle, Ixius vio lo que en principio le pareció las costillas de un cadáver de alguna bestia. Pero aquello debió de ser una bestia enorme… Gigantesca… No. No eran costillas. Eran las ruinas de una edificación antigua. Jamás había visto algo así. Recordaba, del tiempo que pasó cerca de la capital imperial con la caravana khajita, haber observado restos de edificaciones de la antigua cultura Ayleid. Pero estas ruinas eran totalmente diferentes. Se preguntó qué extraña civilización las habría dejado allí. En otras circunstancias, le hubiera gustado estudiarlo. Buscar libros polvorientos en bibliotecas olvidadas que narraran los detalles de la antigua cultura y realizar un viaje para explorar los restos ruinosos. Lamentablemente, ahora debía concentrarse en sobrevivir. Llegar a un lugar civilizado de una pieza, comer algo, sanar las heridas, descansar… Debía alcanzar estos pequeños objetivos antes de plantearse otros mayores. 


Al bajar, casi antes de llegar al río, a la izquierda, se fijo en tres piedras talladas, tres menhires situados en un recodo del camino, con el azulado lago del que surgía el río de fondo. Aunque estaba desfallecido, reunió las fuerzas suficientes para acercarse a echarles un vistazo. Las rocas tenían talladas constelaciones. Una de las primeras lecciones que aprenden los niños altmer es a interpretar las figuras en el cielo nocturno. Ixius no conocía todas las constelaciones, desde luego, pero no le costó reconocer la constelación del menhir central. Era la del Mago, asociada con Mano de Lluvia.



Exhausto tras todo lo vivido, el alto elfo se permitió un momento de descanso a los pies de aquella roca. Su pueblo siempre había atribuido la constelación del Mago con Magnus, el Dios de la magia. Uno de los dioses más venerados en Estivalia. Aquello despertó los recuerdos y, con ellos, vino la añoranza. Ixius contempló su pasado con lástima y pesar; luego se centró en su futuro. Era un paria, un hombre sin patria ni pueblo. Se sintió como un barco que ya no tiene puerto al que volver y todo su mundo pareció desmoronarse bajo sus pies. Incluso aunque en su cultura llorar era considerado como un signo de debilidad y reprobado con saña, no pudo evitar los sollozos ni que las lágrimas brotasen de sus cansados ojos. Durante unos minutos, el elfo lloró desconsoladamente, luego se rehizo, reprendiéndose severamente. Era posible que no tuviera hogar al que volver, que ya no tuviera un pueblo, pero seguía con vida. Tras todo lo que acababa de vivir, dragón incluido, no era poco. Aún podía ser aquello para lo que se sentía predestinado. Altivo y orgulloso, se juró, frente aquella piedra, que no cejaría hasta convertirse en un gran mago. 

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